jueves, 20 de junio de 2013

Shopping II: el regreso

El fin de semana pasado tuve que salir a comprarme algo de ropa.
Y digo "tuve" no porque toda la ropa que tengo haya sido devorada por un enjambre de polillas (o una bandada. O una jauría. Que se yo... No sé como se le dice a un montón de estos voraces batracios), y en este momento esté vistiendo un coqueto y sensual taparrabos, sino porque lisa y llanamente tuve que obligarme a hacerlo, casi por la fuerza (Incluso estuve a punto de llegar a usar la violencia física, porque me puse medio rebelde, pero por suerte no fue necesario).
El tema es que detesto tener que comprarme ropa.
En realidad, como saben quienes frecuentan este prestigioso sitio desde hace tiempo y se deleitan con mi alocada forma de ser, detesto tener que ir a comprar cualquier tipo de cosa, fundamentalmente por eso de que tenes que dar plata a cambio pero, mas que nada, por el asuntito este de que no sé comprar y que, cuando debo hacerlo, así medio por obligación, generalmente compro para el ojete (Si Ud. no está entre el selecto grupo de los dos o tres loquitos que frecuentan este sitio desde hace tiempo, puede interiorizarse en el tema haciendo clic aqui. Si quiere. Sino no. No es obligación. Pero después no ande haciendo preguntas boludas o diciendo que no le encuentra mucho sentido a lo que viene a continuación).
Pues bien, con el tema de la ropa, esta molesta limitación comercial se vuelve especialmente notoria y patéticamente evidente.
La razón fundamental de que esto ocurra es que, asi como me ven (un verdadero apocalipsis de facha), debo reconocerlo, soy una persona definitivamente cero fashion.
Para ser mas claro, soy hombre, y mi vestuario para mi está completo con un jean, algunas remeras, algún buzo o pullover por si refresca, una campera, mi armadura (por si hay que defender el reino), una camiseta de Boca, y una capa y mi sombrero de copa (porque, eso si, de vez en cuando me gusta arreglarme para ir al súper). Nada mas. Todo lo demás es lujo. Y yo no soy habitualmente un tipo muy lujoso que digamos. Soy mas bien un tipo de aspecto sencillo. Sencillísimo. Casi diría tirando a croto.
El punto es que este estilo de vida, por llamarlo de alguna manera, hace que no sepa demasiado sobre vestimenta. No sé de telas, ni de marcas, ni de cortes, ni de moda, ni de tendencias, ni nada de eso. No conozco del tema. Ni me gusta. Ni me interesa.
Esta ignorancia textil no me representaba, en el pasado, un escollo tan imposible de sortear ya que convivía con una experta erudita en moda y entusiasta incansable del arte de la compra, y cada vez que debía forzarme a renovar parcialmente mi guardarropas (porque siempre es por la fuerza. No se si dije que no me gusta comprarme ropa) mas allá de algunos acalorados intercambios de opinión (yo manifestando abiertamente mi estupor y sufriendo algunos episodios de lipotimia ante el exhorbitante importe de ciertos productos, y ella inflando los cachetes y diciéndome que bajara la voz y dejara de hacer papelones porque le daba vergüenza que fuera tan agarrado), mal que mal y gracias a la intervención (y tenaz persistencia) de la susodicha, la operación se realizaba.

Pero hoy en día el tema es mas complicado.

Una de las tantas desventajas del haberme separado (ademas de comer mal, planchar peor, y la desgarradora soledad de vivir sin amor sintiendo que ya nadie me quiere y que no valgo nada) es la de no contar ya con la tan preciada mirada femenina en temas tan puntuales como la vestimenta (o el uso de mas de un programa en el lavarropas, o saber que producto utilizar para limpiar distintas cosas), y verme en la muy poco feliz situación de tener que llevar adelante la penosa tarea de adquirir nuevas prendas sin ninguna clase de asistencia.
Esto, lo sé, es una receta para el desastre, pero bueno, mal que me pesara tuve que hacerlo ya que lei por ahi que el jean nevado, las camisas hawaianas, la polera de plush y el cardigan de lana, aparentemente, no se usarían mas.
Fue así que, luego de pensarlo muy bien (lo estuve evaluando desde hace mas o menos como dos meses), el sábado sali decidido y armado con un plan de dos simples pasos:
Paso 1: entrar a UN negocio y comprar las tres cosas que necesitaba en ese único lugar, cosa de sacarme rápidamente de encima el tema; y Paso 2: volver raudamente a mi casa a encerrarme en la penumbra lo mas rápido posible (porque otro de los efectos secundarios de la separación, además de la asfixiante certeza de que voy a morir solo, es que no tengo ganas de salir a la calle, ni de estar entre la gente, ni de ver gente. Gollum al lado mío es un RR.PP.).

Y así lo hice. O al menos fue lo que intenté hacer.

Entré a la primer tienda que vi la cual, para mi sorpresa, a diferencia de otras de las cercanías, estaba vacía (vacía de clientes, no de ropa ¿Para que iba a entrar sino?).
Eso debería haberme dado algún vago indicio de que algo raro tenía pero, como dije antes, no soy una luminaria en estos temas.
Saludo a la chica que atiende y le pido de ver una campera (porque una de las cosas que necesitaba comprarme era una campera, y en la vidriera había una que, así vista de afuera, parecía que iba a estar bien).
La chica, sin demasiado entusiasmo quizás porque me vio pinta de muerto de hambre, me muestra el modelo solicitado en tres colores.
Lindo el modelo, lindo los colores, pero lo que en vidriera parecía una "camperita canchera" era en realidad una campera que evidentmente había sido diseñada para tipos que se van a pasear al Ártico. O al espacio exterior. Creo que pesaba mas la campera que yo. Y encima salía un huevo.
Ahi nomás el plan ya se me empezó a ir peligrosamente al carajo y, por supuesto, me empecé a poner fasitidioso y de mal humor.
Uno, yo no soy para nada friolento y, de comprarla, a no ser que se desate una era glacial, la onerosa campera iba a terminar durmiendo el sueño de los justos en en placard.
Dos, salía un huevo.
Tres, había otros modelos de campera que eran casi igual de gruesos pero mas feos.
Cuatro, esta era linda, pero salía un huevo.
Cinco, habia alli en una pared, un afiche enorme de un flaco usando esa misma campera y le quedaba pintada. Yo me la puse y parecía Trapito. Fue deprimente. A los modelos hay que matarlos.
Seis, salía un huevo.

O sea, a cinco minutos de iniciada la operación "Puta madre que fastidio es comprar ropa", mi estrategia ya tambaleaba. No queria tener que caminar recorriendo otros locales, pero esa campera no era la que necesitaba, ni la que quería (Y menos costando lo que costaba. Salía un huevo, no se si lo dije).
Y entonces, como no podía ser de otra manera, como siempre me pasa en estos casos, en ese instante entré en trance.
La mente se me puso completamente en blanco. Miro la campera. Suspiro. Arqueo la cejas. La sigo mirando. Pienso en lo que sale. Doy un soplidito. Mi billetera me grita que salga corriendo. Sigo con la mirada fija en la maldita campera (al pedo, porque ya casi había decidido que no la iba a comprar porque era muy gruesa. Y además salía un huevo). Siento sobre mi la penetrante mirada de la vendedora que se relamía viendo al pancho que tenía enfrente y pensando en su comisión. Doy otro soplidito. Toco la campera como si entendiera algo de tela. Me froto el menton con gesto concentrado. Vuelvo a tocar la prenda. Pienso en que deberían darme un Oscar por "Mejor actuación de tipo que relamente está pensando en los pros y los contras de la campera cuando en realidad tiene la mente completamente en blanco".
Finalmente, ignorando la persistente voz en mi cabeza que me decía "Comprala. Sino hay que seguir buscando... Además mirá como te mira la chica. Vas a quedar como un piojoso. Encima hace como cuarenta minutos que estas parado acá sin moverte. La piba se está poniendo incómoda. En cualquier momento llama a la policía", haciendo uso de toda mi fuerza de voluntad le dije a la espectante muchacha que no la iba a llevar.
Y poder decir eso, para alguien como yo, en esas circunstancias, fue casi un triunfo épico.
Normalmente hubiera quedádome con la campera, enojádome luego comigo mismo por papafrita al que le venden cualquier cosa porque no sabe decir que no, y lamentádome durante meses por el excesivo gasto realizado. Pero esta vez no.
No se si se debíó a algún efecto secundario de las pastillas que estoy tomando, o al vértigo pavoroso que sentía en el bolsillo cada vez que pensaba en el precio de la prenda, pero, esta vez, la victoria fue mía. 
Una victoria que hubiera sido completa si me hubiese retirado en ese momento, con la frente en alto y los fondos aún intactos, siguiendo mi regla de darme por vencido de inmediato si algo no sale bien a la primera; pero no lo hice. No. Me engolosiné. Sucumbí a la tentación...
Envalentonado por mi nueva actitud de "comprador que la tiene re-clara y puede decir que no", ahi nomás me lancé en pos de las otras dos cositas que debía comprar. Total, ya estaba ahí, dominando la situación de taquito.
-A ver mocosa- le digo a la vendedora, llevando mis manos a la cintura y sacando pecho -Mostrame algunos pullovercitos ¿Tenés?
-Si- responde la chica, medio mirándome raro, mientras me muestra dos o tres.
-Dame el grisecito. Y me lo voy a probar ¿Estamos? Porque yo no me llevo cualquier cosa ¿Sabés chiquita?- le digo con autoridad, para que sepa con quien está tratando.
La joven me lo alcanza y me dirijo al probador con seguridad arrolladora y paso cancherito.
-Me lo llevo- exclamo luego de probarme la prenda y comprobar que no me queda del todo horrible.
-Muy bien- dice la jovenzuela. Se dirige a la caja, acomoda la prenda en una bolsa de esas paquetas de cartón y me la da, mirándome como con un brillo de maldad y regocijo en los ojos -Serían cuatrocientos cuarenta y cinco pesos señor-.

Sonrío, pensando que la muy atrevida me estaba cachando.

La vendedora me mira seria, con cara de "Si campeón. El pullovercito sale $445. La veselina es aparte".

Se me borra automáticamente la sonrisa. Siento que se me baja violentamente la presión. Se me aflojan las piernas. Creo que también sufrí un pequeño pre-infarto y me salieron canas de golpe.
Agarro la bolsa y reviso bien el interior para ver si además del pullovercito pedorro me estaba entregando las llaves del local. O un jarrón antiguo de la dinastía Ming. O un lingote de oro. O medio kilo de cocaína.
Pero no... solamente estaba el pullovercito. 
En ese momento una oleada de interrogantes me inundó la mente: ¿Estará el fucking pullover cosido con hilos de oro y no me di cuenta? ¿Quedará muy muy mal y muerto de hambre exclamar "¡¡Eeeehhhhh!! ¡¿Pero de que está hecho?! ¿¿De pelo de bebé panda??" y salir corriendo mientras grito como un desaforado? ¿Será creíble que ahora me haga pasar por extranjero y empiece a repetir "Mi na antienda aspagnol" mientras me voy retirando del local? ¿Y si simplemente me doy vuelta y me voy sin decir una palabra? ¿Por qué no tengo un mayordomo que se encargue de todo como tiene Bruce Wayne? ¡¡¿Como cuerrrrrrnos puede salir tanto un puto pullover?!!
En eso siento nuevamente la voz de la ambiciosa vendedora preguntándome si necesitaba algo mas, notando que yo estaba como paralizado, con la mirada perdida en el vacío y sin siquiera amagar a esgrimir medio de pago alguno.
-Eehh... M-m-medias- dije (porque también necesitaba medias), con un hilo de voz y ya medio abatatado sin poder pensar con claridad lo que hacía.
-Como no- responde la señorita con una amplia y triunfal sonrisa, y me despliega como cinco pares de medias sobre el mostradorcito.
-Todas tienen el "loguito"- aclara con cierto énfasis.
Afortunadamente, la palabra "loguito" actuó como disparador (porque hasta un paparulo como yo sabe que cualquier cosa con "loguito" significa que te van a romper el orto) y pude reaccionar apenas para hacer como que miraba por unos segundos las medias y decir "No, gracias. Estoy buscando en otro color" ante el temor de que para pagarlas tuviera que dejar el auto, o mi honor (Cabe aclarar que la chica me volvió a mirar raro ya que los pares eran en blanco, gris, azul y negro. Habrá pensado que quería comparme medias fuxias o amarillo patito. No se. Igual a esa altura ya no me importaba nada)
Segundos después, como puedo, apenas controlando los espasmos musculares y la falta de oxígeno que amenazaban con hacerme colapsar ahi mismo, tomé mi billetera y, temblando, saqué la tarjeta y se la entregué a la muchacha, mientras una solitaria lágrima caía por mi mejilla.

Luego procedí a retirarme, una vez mas, completamente derrotado.

O sea, para resumir, el plan era ingresar al local y comprar una campera, un pullovercito y unos pares de medias, gastando una suma mas o menos importante (importante según mis estándares. Quinientos pesos ponele, lo cual ya es una barbaridad) teniendo en cuenta que las camperas, generalmente, son algo costosas, pero balanceando el costo general con las otras dos prendas.
Lo que terminó sucediendo es que abandoné el local con una bolsa de cartón conteniendo únicamente un pullovercito de morondanga que me salió $445, y la moral tan destrozada como mi bolsillo.
 
Y para hacer mi fracaso completo (porque si voy a cagarla, la cago bien), y solamente para no tener que volver a salir nuevamente otro fin de semana, no tuve mejor idea que proseguír con mi raid de compras, ya definitivamente de mala gana y deseando terminar con todo (incluso con mi vida) de una puta vez, y terminé comprando un par de medias en otro local (uno solo. Si, si... Entré en un local lleno de gente y esperé mas de media hora para comprar UN par de medias) y una campera mas o menos cercana a lo que quería (recalco lo de "mas o menos cercana". Ya estaba entregado) en ooootro local que quedaba como doce cuadras a la vuelta de la concha de la lora, y la cual, por supuesto, me salió un huevo.
Lo único que espero es que empiece a hacer mucho mucho frío como para empezar a amortizarla pero, con mi suerte, probablemente estemos por vivir el invierno mas cálido en la historia de la humanidad.

Encima estuve viendo que también necesito comprarme un jean, alguna camisa y zapatillas nuevas (las Flecha que estoy usando ya están algo gastadas).
 
Creo que, definitivamente, voy a necesitar alguien que me asesore, o puedo llegar a provocarme una tragedia financiera irreparable.

6 comentarios:

raquel dijo...

jajajaja muy divertida su aventura¡¡eso le pasa por ser hombre¡¡

Zoqueta dijo...

ajajajaja paaaabre!

A mi tampoco me gusta mucho salir a comprar ropa, más que nada porque lo que me gusta sale esa monedita que nombrás vos. Un día fui al cine, con esa sola idea, y vi una campera de cuero trucho que me llamaba a gritos en un shopping y la saqué en cuotas...más barata que en locales berretas! Debe ser que no decidí comprarla ese día, y apareció sola, je.

Mi hermano cuando se separó, milagrosamente, empezó a vestirse mejor (también porque empezó a cuidarse y bajó como 20 kilos), así que no te creas que la falta de la mirada femenina en tu caso puede ser contraproducente. Mandate a lugares tipo Once, que hay de toooodo y son la misma mierda que en el shopping pero sin "loguito".

God speed, apocalipsis de facha.

PD: Por tu culpa no puedo dejar de pensar en un hombre con sombrero de copa en el supermercado.

Renegado dijo...

Raquel: Divertida le habrá resultado a Ud. que no tuvo que desembolsar esa extraordinaria suma de dinero.

Zoqueta: Yo debo haber pisado un shopping unas tres veces en mi vida, y casi tuve que llamar al SAME al ver los precios.
Por supuesto jamas compré nada en uno de esos diabólicos sitios.

A Once fui una sola vez. Y tampoco compré nada. No me acuerdo por que. Ahora difícilmente pueda ir ya que otra de mis peculiaridades es que me pierdo fácil, y yendo solo puede que nunca mas se vuelva a saber de mi.

Si ves un hombre con sombrero de copa en un supermercado, saludame que soy yo.

N. dijo...

Celebro su vuelta!
Y sí, comprar ropa es realmente una tortura. Quien puede disfrutar eso? Yo lo resolví yendo a comprar siempre con la idea muy clara de lo que necesito y nunca a lugares de marca. Se sabe, que la ropa tenga un logo determinado asegura precio pero muy raramente calidad. Y para terminar de rematarla, la ropa no importa, sino quien la lleva, no?

Ah, me alegra saber que ud no es de las personas que dicen sweater.

Sdos.

N.

Anónimo dijo...

qué bueno leerte de nuevo.

Samain dijo...

Si algo extraño de mi ex: es a su madre que me regalaba ropa y me evitaba el trabajo (y, claro,el gasto).

Entiendo por lo que estás pasando.