martes, 12 de diciembre de 2006

12/12

Hoy cumplo años. 35 primaveras para ser mas preciso y sonar bastante poco masculino.
Generalmente, y desde hace muchos años, cuando llego al día de mi cumpleaños tiendo, en una forma casi inconsciente, a hacer una especie de balance de la marcha de mi vida hasta el momento.
Mas o menos como lo hace la mayoría cuando llega Año Nuevo y está borracho.
Solo que yo lo hago en MI cumpleaños porque es MI día y no me gusta andar compartiendo balances con el resto de la gilada.
En fin, la cosa es que me gustaría no hacerlo.
Sinceramente, no sé por qué ni para qué lo hago. Supongo que debo ser masoquista o algo así. Si fuera que de un año para el otro realizara alguna conquista, lograra algo importante o hiciera algo que me enorgulleciera, bueno, tendría cierto sentido, pero no es así. Y creo que nunca fue así. Por lo general todos estos balances de cumpleaños me dan en negativo, en rojo, dan pérdida, un fracaso, una gran L de looser.
Y yo, todos los años, en lugar de hacerme el boludo y pensar en otra cosa, voy y me mando un balance nuevo.
Mas allá de esto, recuerdo muy pocos cumpleaños realmente felices en mi vida adolescente-adulta. Pero esto no es culpa de nadie, solamente mía.
Por esta forma de ser tan apática, tan poco propensa a hacer amistades facilmente o, aunque sea, a llevarme bien con el resto del mundo, es que siempre mis días de cumpleaños transcurren sin pena ni gloria, y solo con el saludo de familiares y convivientes ( o sea, gente a la que no le queda otra opción) y algunos pocos amigos.
Igual no es que eso me quita el sueño ni nada por el estilo, ya que de todas formas, desde que dejé atrás mi niñez, jamas fui muy afecto al día de mi cumpleaños. Hasta me atrevería a decir que no me gusta en lo mas mínimo, y prefiero que nadie me salude a que vengan y saluden de compromiso y con la mayor de las falsedades.
Pero además de todo, y como si no fuera suficiente, este año hay algo distinto que lo hace aún más especial.
Pero, obviamente, especial no para mejor, sino para peor.
Este año llego a este día con una carga muy pesada encima, una carga que me impide disfrutar hasta de las cosas más simples, esas que antes tenían la facultad de regalarme un momento de felicidad.
Llego con la tristeza de saber que ahora puede que no esté cumpliendo un año mas, sino que me esté quedando un año menos.
Hoy, cuando en algún momento de soledad y silencio, inevitablemente haga mi bendito balance, me voy a encontrar con que mi vida podría ser casi perfecta. Me voy a dar cuenta de que tengo todo lo que necesito para ser feliz, de que no me falta nada, de que las personas realmente importantes están cerca, de que aquello que estaba mal se va arreglando de a poco, de que podría estar tranquilo y de que, si pudiera, hasta me podría ir de vacaciones por dos semanas completas.
Me daría cuenta de que todo podría estar muy bien; si no fuera, claro, porque por encima de todo esto hay algo que lo ensombrece.
Algo que lo arruina.
Algo que me quita la poca alegría que soy capaz de sentir de vez en cuando.
Algo con lo que irremediablemente tengo que convivir y luchar día tras día, hasta que solo uno resulte vencedor.
Por eso, este día de cumpleaños tiene otro color, otro aroma, otro sabor, otro sentido.
Está cargado de sensaciones entremezcladas y confusas, de angustiantes incertidumbres y esperanzadas certezas.
Siento que este día puede ser el primero de una serie de otros iguales, grises y melancólicos, o puede convertirse en un recuerdo al que mirar desde el futuro, para vivir el orgullo y la inconmensurable alegría de la batalla ganada.
Eso, hoy, no lo sé, y solo puedo esperar.
Como siempre, será el tiempo el que tenga la última palabra.


Hoy, simplemente, cumplo 35 años de vida.

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